Caminamos por el barrio, su mano pequeña envuelta por la mía. Almagro, y sus tardes de sombra, acomodan el otoño sobre sus calles y pasajes. Cuando cruzamos por la plaza observando el paisaje de parejas discutiendo, madres e hijos tomando mate en los bancos, Valentino se detuvo sobre una pintada blanca. Lo miró curioso y lo señaló mientras buscaba mi mirada. "Son pañuelos, de las madres de la Plaza. Que buscan a sus hijos desaparecidos". Me preguntó donde estaban los hijos, si se habían portado mal, quien se los había llevado". Y nos sentamos en un banco y sin detalles escabrosos, intenté explicarle aquella noche larga. Pero no pude, porque me ganó la emoción de contarle todo lo que sabía, porque la Memoria actúa en esos precisos momentos y es cuando mete un gol eterno desde una garganta tomada por la impotencia. Le dije simplemente que los habían escondido bajo una alfombra de odio. "Yo no me voy a esconder", me dijo y lo abracé. Después caminamos por el barri