EN EL SARMIENTO

Cientos de personas sin rostro
miran para afuera
pero más miran para sí,
van aferrando sus cositas con firmeza
sus bolsos, sus mochilas, sus bolsas
y se entregan al lunes mordedor
sin descansos y sin apuros.
Mientras, desde la ventanilla,
los árboles desaparecen
y las casas se alargan.
La velocidad del viaje
arrastra al paisaje
desdoblándolo en algún pasado
y el Sarmiento avanza
inexorablemente cotidiano
tragándose las venas abiertas
del profundo conurbano.

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