HABITANTES

Las muchas personas que me habitan
suelen susurrarme.
Hay voces que se encargan de recordarme
las múltiples obligaciones
a las que me debo sujetar.
Otras, más calmas,
sugieren que me arroje
al vivenciar y al compartir.
Luego hay algunas, más insistentes,
casi al borde de la desesperación,
que me suplican que me siente a escribir.
Pero también existen otras, más imperativas,
que me obligan a mirarlo todo,
observar con angustiosa ritualidad,
el devenir cotidiano de una vida mundana.
Pero entre todas ellas,
hay una muy débil, casi apagada,
que aparece por las noches
cuando el resto decidió llamarse a silencio
y antes de rendirme al descanso,
me pide que no me olvide de ser feliz con todo lo demás.
Pero ya es tarde,
cada vez que esa vocecita se pronuncia,
ya caí inevitable a las profundidades del sueño.

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